Abracemos la doctrina panafricana

Foto Parlamento

Antumi Toasijé hizo un alegato a favor del panafricanismo, durante el coloquio que mantuve con él en el festival Black Barcelona, celebrado el pasado mes de julio en el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA).

Lxs allí presentes aprendimos mucho escuchando a Antumi ya que, además de su dilatada trayectoria como activista panafricanista, su condición de historiador afrocentrado le hace poseedor de un conocimiento absolutamente riguroso sobre África y su diáspora. Durante su intervención, Antumi pronunció unas palabras que me gustaría analizar ahora con vosotros.

“Mientras que  la Negritud se centra en la valorización de la persona negra como productora de cultura, el panafricanismo se centra en la conquista del poder político para las africanas y los africanos”, comentó. Algunxs os preguntaréis, ¿qué tiene de interesante esta afirmación? Lo cierto es que, aunque a simple vista pueda parecer una mera observación más, se trata de uno de los asuntos más importantes de nuestra lucha.

Los colectivos y organizaciones que, desde hace años, promovemos el empoderamiento de la población africana y afrodescendiente en España,  siempre debatimos qué factores y estrategias son más favorables para mejorar la situación de nuestra comunidad, un ejercicio democrático pero que suele generar discrepancias debido a nuestra heterogeneidad. Cabe señalar que, durante las últimas décadas, el activismo negro en España ha sufrido una gran transformación como consecuencia de los cambios demográficos acaecidos en la sociedad española. La inmigración negroafricana ha aumentado considerablemente, se ha diversificado y cada colectivo ha incorporado a la lucha comunitaria elementos propios de sus reivindicaciones sociales. Migrantes senegaleses, gambianxs, ghaneses, etc… frecuentemente empujados a la exclusión social por un racismo desacomplejadamente institucionalizado, se han visto obligadxs a crear modelos alternativos de empoderamiento, basados en la autogestión comunitaria y el cooperativismo, modificando así los esquemas elitistas del activismo negro ejercido por intelectuales africanxs (mayoritariamente guineoecuatorianxs) establecidos en España en la década de los 70 y cuyas reivindicaciones se producían a través de canales más formales (publicación de libros, conferencias, asociacionismo, etc).

El problema no es nuevo, la dicotomía entre cultura y política ha sido una constante a lo largo de nuestra historia. Ya durante el período previo a las independencias africanas, intelectuales como Léopold Sédar Senghor  defendieron constantemente que la cultura, entendida desde una perspectiva humanista, era el factor indispensable para el empoderamiento del continente africano, mientras que gobernantes como Kwame Nkrumah, primer presidente de Ghana y autor del libro Africa Must Unite (África debe unirse), centraron su mandato en diseñar la macroestrategia política que planteaba la implementación de la doctrina panafricana, es decir, la unidad de África bajo un único Estado.

Bajo mi punto de vista, la revolución cultural siempre precede a la revolución política. Así pasó, por ejemplo, en los Estados Unidos del Harlem Rennaisance, donde los efectos de las distintas manifestaciones artísticas (jazz, literatura, pintura, etc)  que vertebraban dicho movimiento fueron la antesala de la posterior Revolución negra de los años 60, marcada por la lucha en pro de los derechos civiles, la agitación popular en las calles y el nacimiento de organizaciones como el Partido Pantera Negra. ¿Qué quiero decir con esto? Que la comunidad negra de España no es ajena al curso de la historia ni a los desafíos que esta nos presenta como africanxs en la diáspora. Para nosotrxs, el factor cultural también adquiere muchísima importancia, ya que la interpretación que hagamos de nuestra identidad va a condicionar nuestra lucha por empoderarnos. Dicho de otra forma, para saber a dónde vamos primero necesitamos conocer de dónde venimos, por lo que no sólo es comprensible abordar procesos de introspección en los que redefinamos nuestra identidad y nos vinculemos con nuestros orígenes africanos, sino que, además, es algo necesario y transformador. De hecho, es el primer eslabón de nuestra lucha, el que nos prepara intelectual y espiritualmente para afrontar las siguientes etapas de nuestro activismo en comunidad. Ahora bien, ¿debe ser la promoción cultural la finalidad de nuestra lucha? La respuesta es clara: no. En ningún caso debemos conformarnos con celebrar anualmente diversas jornadas socioculturales en las que podamos debatir sobre racismo y presentar las iniciativas que surgen a nivel estatal en el seno de nuestra comunidad. Nuestra lucha es mucho más profunda y estructural e interpela directamente al Estado español, por eso, recientemente, se ha presentado una Proposición no de Ley para el reconocimiento de la comunidad africana y afrodescendiente de España.

Los activistas que luchamos para empoderar a la comunidad negra en España somos ante todo antirracistas y entendiendo que el racismo es una estrategia de dominación social que en última instancia busca anular nuestras reivindicaciones como sujetos políticos en este país, difícilmente vamos a avanzar como comunidad si no recurrimos a la política y conquistamos puestos de poder. Probablemente, esa es la razón por la cual celebramos,  con gran efusividad, las irrupciones en el ámbito político de personas como Rita Bosaho (primera diputada negra en el Congreso) y Guillem Balboa Buika (alcalde de Alaró), porque, a nuestro modo de ver, modifican las estructuras del Estado que nos invisibiliza hasta el punto que las Naciones Unidas han señalado en un informe reciente su “preocupación por la falta de representación de personas de ascendencia africana en todos los niveles de la administración estatal, regional y local, así como en el poder judicial y legislativo del Estado español”. Recordemos las palabras de Antumi Toasijé (“el panafricanismo se centra en la conquista del poder político para las africanas y los africanos”) y actuemos en consecuencia. Valoremos muy positivamente el crecimiento y dinamismo de nuestro tejido asociativo estos últimos años, así como de todos los proyectos comunitarios que, progresivamente, nos están dotando de un mayor grado de independencia política, cultural y económica.

Ha llegado el momento de que la población africana y afrodescendiente de España, inmersa desde hace años en un proceso de efervescencia cultural innegable, ponga como eje principal de su lucha la conquista del poder político para construir resistencias en base al antirracismo, el feminismo interseccional y la solidaridad migrante y  es que, a día de hoy, si hablamos de activismo negro en España debemos tener muy presente el liderazgo femenino y la militancia en nuestros colectivos de mujeres procedentes de países como Brasil, Cuba, Venezuela, República Dominicana o Colombia.

Abracemos los valores más característicos del panafricanismo (unidad, organización y acción) y defendamos con orgullo el legado de todas las personas que nos han llevado hasta aquí.

¡Viva Alphonse Arcelin!

¡Viva Lucrecia Pérez!

¡Viva Marielle Franco!



 

                                                                                    Por  Jeffrey Abé Pans

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