NUEVAS LEYES EN GUINEA ECUATORIAL
El titular lo recogí de las redes del periódico digital guineoecuatoriano “AHORAEG” . Y, puesto que lo anunciaban, decidí leer las 220 páginas del documento. Tras hacerlo, caí en la cuenta de algo que ya sabía: las leyes se quedan sobre el papel, pero no se implementan como deberían y, por tanto, no llegan a la calle.
La razón por la que, no obstante, he decidido invertir mi tiempo en mirar la nueva ley es que, por suerte o por desgracia, yo como mujer trans anobonesa pertenezco a tres grupos minoritarios de la población guineoecuatoriana. Las minorías y las comundidades minorizadas rara vez reciben atenciones, de ahí que deban conocer bien las normas.
En cuanto al contenido del Código Penal, lo cierto es que podría hacer un corta y pega. Ahora bien, considero que es importante que el grueso de la población pueda analizarlo con calma para determinar si se ajusta o no a sus destinataries. Sea como fuere, a mí ya me resuenan algunas palabras como “penas de cárcel”, “condenas”, “tráfico de drogas”, “grupos armados”, “violación”, “pornografía infantil”, “falsificación de dinero”, etc.
El texto hace mención a muchos puntos clave que, sin duda, podrían perjudicar a nuestra sociedad. Afirma, por ejemplo, “que se van a erradicar los delitos”. Algo que lleva asegurándose años, desde que tengo uso de razón para ser más exacta. Sin embargo, lejos de eso, lo que ha sucedido es que se han normalizado distintos tipos de delitos en todas las clases sociales. Aún así, no es lo mismo que los perpetre una persona con recursos que otra que no los tenga. Si alguien de Ñumbill —sin familiares bien conectados— roba, es muy probable que viva una experiencia muy diferente a la de quienes tienen dinero y contactos potentes en las altas esferas. A este tipo de gente, de hecho, hasta se le pide permiso para poder detenerlos.
Comprender esto es fundamental para entender mi texto y la necesidad de escribirlo.
Yo no soy abogada ni tengo grandes conocimientos jurídicos, pero tengo claro que las leyes se hacen para el pueblo y, precisamente por eso, tendríamos que tener derecho a entenderlas a la perfección, a que nos las expliquen y no tengamos que perdernos en un lenguaje específico demasiado farragoso para buena parte de la sociedad que, sin conocerlas o entenderlas bien, las debe acatar o… padecer.
Asimismo, considero que hay puntos que conciernen a la comunidad LGTBIQ+ que no han quedado claros. Por eso, los reproduzco y comento a continuación.
Capítulo ll de la detención ilegal.
Artículo 441.- Incurre en delito: 1º.- El que, fuera de los casos permitidos por la ley, aprehendiera y encerrara a otra persona, privándole de su libertad durante un periodo superior a las cuarenta y ocho horas.
Artículo 443.- El culpable de detención ilegal que no diera razón del paradero de la víctima, ni acreditara haberla dejado en libertad será castigado por delito de asesinato.
Título Xll de los delitos contra la libertad y seguridad
Capítulo I de la trata de personas
1º.- Sometimiento a la esclavitud, servidumbre, mencidad o cualquier otra situación análoga.
3º- Explotación sexual, incluida la pornografía
5º-Establecimiento de vínculo o relación de análoga naturaleza con cualquier persona.
La trata de personas se da mucho más en les menores de edad disidentes sexuales que expresan con libertad, dentro de su familia, su identidad de género.
La organización pro DDHH “Somos parte del mundo” publicó un informe titulado “Homofobia de Estado” y ya mencionaba el asunto de la trata de personas y la falta de libertad y seguridad.
¿Deberían especificar que este artículo quinto apunta a la comunidad LGTBIQ+?
Aquí va un ejemplo de lo que nos toca vivir:
Salí a patinar, como todas las tardes, por el barrio de Alcaide, en la capital de mi país, Malabo. Llevaba un pantalón corto, un top y el pelo afro completamente suelto. Recuerdo que un coche que circulaba por la carretera no paraba de bocinar mientras el conductor me gritaba “¡guapa, guapa!” o “qué lindo culo”.
Le ignoré. Sin embargo, aquel hombre no se rendía, hasta el punto de que me adelantó con su vehículo con el fin de verme bien. Enseguida le cambió la cara, pasó de sonreír y tener una expresión coqueta para flirtear a fruncir el ceño. Estaba muy enfadado.
—¿Eres hombre o mujer? —Me preguntó en su lengua, el fang (la del pueblo mayoritario en el país). Al ver que yo no le entendía, me lo repitió en castellano—.
Me sentí acosada. No olvidemos que él iba en su coche y me estaba siguiendo. Con todo, mantuve mi postura inicial, no le hice mucho caso y continué patinando.
—¡Respóndeme, maricón de mierda! —Insistió él, visiblemente alterado y frenando en seco su vehículo—.
El ruido del frenazo debió llamar la atención de las personas que empezaron a congregarse en torno a la escena. A él le dio igual, se le veía iracundo y, en ese estado, se bajó del coche para formularme la misma pregunta en bucle. En vista de que yo decidí evitarlo, me dio un puñetazo que me tiró al suelo. Tenía los patines puestos y me hubiera gustado quitármelos para poder defenderme y estar más cómoda, pero —puede que por la rabia— me levanté como un resorte y le devolví el golpe.
Como consecuencia del forcejeo, se me cayeron el móvil y los cascos al suelo. Había espectadores asistiendo a la disputa, pero nadie dijo nada ni nos separó. Acabé de nuevo en el suelo y en esta segunda intentona sí logré quitarme los patines, pese a que aquel hombre no paraba de darme patadas.
—A la gente como vosotros, se les tiene que matar. Te tiran en un barranco y no pasa nada —me comentó con odio—.
Mi sorpresa fue que después de ese ejercicio de violencia y desprecio, sacó unas esposas del pantalón, me esposó y me metió en la parte trasera de su coche. Nadie lo impidió, nadie dijo nada ni nadie supo a dónde me llevaban. Aquel día tuve miedo. Eran las 06:30 de la tarde y ya estaba anocheciendo. Cuando llegamos a la comisaría, ordenó al militar que estaba de guardia que me encerrara en el calabozo después de la “declaración”. Todo el tiempo se expresó en fang, lengua que yo ni siquiera entiendo, y el notario se limitó a asentir. A mí ni siquiera me tomaron declaración. Mi palabra no contaba. Pese a ser una mujer trans, me encerraron sin derecho a llamada en una celda durante cuatro días con hombres y sin nada de información ni derecho a obtener respuestas.
Todo esto me pasó cuando yo solo tenía 19 años y aún vivía con mis padres.
Lamentablemente, este caso no es una excepción. Hay muchos otros que se dan a diario, durante los fines de semana, en los barrios de la ciudad e incluso en espacios abiertos. No estamos a salvo en ningún sitio.
La comunidad LGTBIQ+ sigue sin una ley que la ampare. Sus miembros siguen siendo maltratades y recibiendo castigos diariamente por parte de un Estado que nos odia por ser lo que somos. Sin embargo, su violencia está invisibilizada.
¿Qué pasa si me violan por ser lesbiana?
¿Qué pasa cuando abusan de mí como correctivo por ser bisexual y luego me abandonan con un hijo en brazos?
¿A qué institución le digo que me echaron de casa por ser un chico trans y menor?
¿Qué le harían a los que, en nombre de Dios, abusaron de mí y de otros chicos monaguillos?
¿Quieren nombres que ya se conocen, pero que nadie dice en voz alta?
¿A qué escuela puedo asistir siendo una niña trans?
¿Sabes por qué cuando dije que era lesbiana, me llevaron a una curandería?
¿Qué código penal condena el odio en contra de la comunidad LGTBIQ+?
Hay un montón de preguntas que quedan sin plantearse porque hemos normalizado que la falta de respuestas es lo único que podemos recibir. Es más, la misma Ley fundamental nos vuelve inexistentes en sus párrafos.
No pretendo ser pesada, ni tampoco decir nada que no se sepa.
Hace poco, mataron a un chico gay en el barrio de Buena Esperanza, Malabo. Al nuevo código penal no le interesa juzgar ni penalizar al señor que violó a una lesbiana. Es ese conjunto de leyes el que me exime de mis derechos como persona y después, como grupo minoritario, por mi identidad de género.