Expulsadas

 

Gala Spanich Drag queen. Fuente: Reddit

 

Texto por: Gabriel Vargas Zapata

Mi cruzada como marica y migrante racializado en España, comenzó en la céntrica y turística Plaza de la Merced en Málaga, cuando, a pocos días de haber llegado a Europa, un desconocido se me acercó para preguntarme cuánto cobraba. Me quedé mudo. Cuando pude reaccionar, temblando corrí a una de esas cabinas telefónicas callejeras, muy nervioso, busqué refugió moral en mi madre a miles de kilómetros de distancia.

Más de una década después, el paisaje urbano se ha transformado. Ya nadie usa estas cabinas. También cambió mi manera de leer el racismo. Hace unos meses, y ahora recién mudado a Madrid, mientras hacía la cola para entrar al bar Escape en Chueca, fui de nuevo abordado por un extraño que vino a recordarme que: la contienda, lejos de acabarse, sigue viva y vigente. El racismo es una guerra interminable de la que no es posible huir.

La intercepción migrante, marica y negra es un nodo indisociable de opresiones que constituye en sí mismo un sujeto político subordinado a unas muy particulares violencias estructurales. Un lugar único en el mapa español por donde he peregrinado a lo largo y ancho de diferentes espacios, colectivos, instituciones, locales, asociaciones, ONGs, bares, amigos, fiestas y apps. Los maricones no blancos, caminamos y caminamos, somos errantes en nuestro propio desierto, condenadas en los mismos espacios que se suponen seguros, que se suponen iguales, abiertos, inclusivos y diversos. En la medida en la que he empezado a ejercer el pensamiento crítico, a revisarme, a deconstruirme y a militar en el antirracismo, he ido abrazando por voluntad propia el exilio queer, divorciándome así de buena parte de aquello que hasta entonces consideraba mi lugar.

Volviendo a aquellos primeros años, mucho antes de que fuera consciente del racismo en España, una noche en el antiguo Morbo’s de Torremolinos, fui testigo de cómo un chico se levantó indignado y se marchó, obligando a su pareja blanca a hacer lo mismo, porque la artista drag que ocupaba el escenario en ese momento, no paraba de hacer chistes racistas y xenófobos sobre los migrantes. Arrampló con todxs, “rumanos”, “moros”, “africanos” y “panchitos”, todos a merced de un humor tan cómodo como violento, sin ningún tipo de cuestionamiento, arropado por los cubatas y los aplausos. La drag se justificaba diciendo que “solo eran chistes”. Todos celebramos y el show continuó sin más. Con el tiempo yo también aprendí a levantarme e irme, a no ser cómplice de los espacios racistas. Hoy en Torremolinos se siguen haciendo exactamente las mismas bromas. El humor cuñado, dosmilero, rancio y sin revisiones sigue intacto en la mayoría de los espacios LGBTIQ+.

De mis últimas visitas a Torroles, solo conservo el recuerdo de un amargo viacrucis de insinuaciones, situaciones incómodas, malos chistes, gente tocándome el pelo o intentándolo, y reproches e insultos siempre que intentaba poner límites a los comportamientos racistas. Y no, ni el alcohol, ni la algarabía, ni la noche, ni los propios códigos del divertimento del ambiente son excusas que los maricones negros debamos tolerar; sencillamente porque en la base de todo ello está, como bien lo relata el periodista Moha Gerehou en su libro Qué hace un negro como tú en un sitio como este, un conocimiento racista. La cultura del racismo la aprendemos desde muy temprano y forma parte de nuestros códigos de conducta, sea cuales sean las circunstancias. El racismo nunca es producto de “unas copas de más” sino de un conocimiento adquirido.

Otra de las grandes violencias a las que siempre me enfrenté y me enfrento aún en este tipo de lugares, es la forma en la que la mayoría de las personas toman la iniciativa de abordarme. Lo hacen casi siempre para preguntarme, o más bien para preguntarnos, porque en este caso creo que hablo por todas; si vendemos drogas, si nos pueden tocar el pelo o si cobramos. Rara vez alguien se aparta de este manual de estilo. Las lógicas de la queerblanquitud solo nos permiten compartir sus espacios si nuestra presencia está justificada dentro de su imaginario racista en el que un cuerpo negro solo puede servir para chapear, pasar droga o follar bien.

El supuesto ambiente seguro desaparece en tanto y cuanto la permisividad gay se ha erigido en una zona de exclusividad para lo blanco. La cisheterosexualidad legisla desde hace años sobre nuestros cuerpos, decide y administra cómo y cuánto de maricones podemos ser. No solo determina y configura históricamente la norma sino además la manera de contrariarla. El margen de disentimiento es estrecho y en él solo caben ciertos tipos de sujetos. El prototipo privilegiado suele ser, por supuesto: varones, blancos, cisgénero, masculinos y cuerponormados. Los espacios LGBTIQ+ en España son frecuentemente una extensión patriarcal de lógicas y dinámicas cisheteros y blancas, donde la dignidad de las personas negras es nuevamente vulnerada. Y no es justo.

También en Málaga, ciudad en la que mi amigo Nacho Mayorga y yo fundamos Las hermanas Vontrier, una compañía de artes escénicas y activismo, recibimos en varias ocasiones mensajes privados por redes sociales de parte de la escuela de baile DFlow Studios y afiliados, donde gente blanca enseña vogue de forma profesional a alumnos también blancos; demandándonos acritud, profesionalidad y respeto, solo por pretender organizar un evento ballroom en la sede de nuestro espacio aliado La Medusa Colectiva, casa donde todas las marginadas malagueñas nos empoderamos a través del activismo. Se nos llegó a acusar de pretender desvirtuar la pureza, el espíritu y el concepto del verdadero ballroom. Sí, esas fiestas-encuentros donde nació el vogue y tantas otras formas de expresión queer, que fueron creadas por y para las comunidades de mujeres trans y maricones negros, pobres y marginados del Nueva York de los años 80, con un trasfondo profundamente político, activista y humanista. Uno de las más grandes herencias de nuestra historia negra y disidente reciente, se ha convertido en academias lideradas por gays blancos, en las que se dicta catedra, desde donde se nos quiere expulsar y se pretende acusar en qué términos podemos o debemos, o no, expresarnos, construir y cuidar nuestros entornos seguros. Es simplemente inaceptable.

Las expulsiones y el control de los espacios se adaptan también a las crisis. En marzo de 2020, cuando todavía habían pasado muy poquitos días desde que se decretara el Estado de Alarma, la situación como recordarán era de histeria colectiva y empezaba a escasear el papel higiénico. En aquellos días de incertidumbre y encierro, después de un intenso debate en un grupo de Whatsapp de maricones y aliadas, predominantemente blanco, fui invitado violentamente a marcharme por exponer mi incomodo punto de vista. El tema da lo mismo. Nadie dijo nada. La única persona que, en señal de apoyo y protesta, también se marchó del grupo, fue una hermana racializada. Llevamos media vida yéndonos, pero en esta ocasión me sentí aliviado. Ahora, cada vez que dejo atrás espacios racistas, siento que descanso porque con el tiempo he aprendido a convertir las expulsiones en oportunidades para tomar el control del rol que juego en estos lugares que validamos muchas veces con nuestra presencia. Personalmente esto ha sido vital para aprender a desmarcarme en gran medida de la opresión del racismo.

Mudarme a Madrid me ha llevado a interesarme por conocer o integrarme a nuevos espacios, con la esperanza de encontrar una verdadera diversidad y un auténtico movimiento disidente, donde lo queer sea entendido como un espectro amplísimo de identidades y expresiones que desafíen la norma y no que aspiren a formar parte de ella.

Mi intento de entrar a Escape en Chueca se convirtió aquella noche en un nuevo baldé de agua fría sobre mis ilusiones madrileñas. El personal de seguridad que se acercó, mientras hacía la cola, lo hizo precisamente para expulsarme de ella, dejándome muy claro en voz alta y delante de todas, que no podía entrar. Muchas de las personas que hacían también la fila, protestaron al escuchar la clásica y ya bastante desgastada excusa de “es una fiesta privada”. Por supuesto, privada de negros. Yo era la única en la fila y ahora entiendo por qué.

La agresión no acabó allí. Unos meses después, paseando con mis amigas, se nos acercó un chico relaciones públicas del mismo local, invitándonos a entrar. Le conté lo que había ocurrido en aquella ocasión y la razón por la cual rechazamos su oferta. Su respuesta fue rápida y clara, un atropello de enunciados que evidencian el doloroso racismo que mina los espacios de diversidad: “Algo habrás hecho para que te echaran”, “mi local no es racista”, “tú ni siquiera eres negro”, etc., etc. La duda y el juicio siempre recaen sobre nosotras. Las consecuencias también debemos asumirlas nosotras. Se nos pretende víctimas y verdugos de nuestra propia racialidad. No hay cabida a disculpas ni reparaciones porque el mismo agresor es quien demanda ser reparado. Estamos cansadas, hartas y heridas. Se nos agotan las palabras y las herramientas ante situaciones de este tipo que no son la excepción sino la norma dentro de nuestra comunidad.

Se nos pretende víctimas y verdugas de nuestra propia racialidad.
— .
 

LaMuqueer Fuente: Rubi

 

No hay que estar muy politizado, ni ser la más grande de las activistas, para darse cuenta de una ojeada que la Chueca de hoy no es un lugar seguro para las maricas negras, marronas o racializadas. La presencia de la negritud en estos espacios es anecdótica y desemboca siempre en exotización, sexualización y en formas muy confusas de racismo. Nadie de nuestra comunidad va a estos sitios. Chueca es un barrio conquistado por la cisheterosexualidad aunque nos lo quieran vender como lo contrario. En general, la queerblanquitud, armada con licencias como el matrimonio, la adopción o incluso la compra de bebés, ha convertido la heteronorma en una aspiración existencial que pretende además borrar cualquier vestigio de raza o de clase, que es precisamente donde yace el origen de la lucha política por nuestros derechos. Una lucha negra y marginal.

La exotización y la fetichización de los maricos negros y racializados es de hecho un problema gravísimo en la industria del porno y en las apps gays, en donde los diálogos se establecen desde los cánones racistas, bien sean positivos o negativos. Es tristemente común encontrar perfiles con descripciones con frases como: “Negros no”, “Latinos no”, “Árabes no”. Algunos se atreven a justificarse con desarrollos como: “Moros no. No soy racista, es cuestión de gustos”.

Cuando te atreves a denunciar alguno de estos perfiles por su expresión violenta o racista, las respuestas corporativas son siempre contundentes y, sobre todo, blancas. No hacen absolutamente nada para que este lenguaje no se propague. No encuentran problema alguno en ello y los usuarios escalan en sus agresiones, constituyéndose de nuevo un espacio violento, donde además se mezcla el racismo con la transfobia, la plumofobia y la gordofobia, entre otras cosas. Es bastante habitual, por desgracia, que las personas racializadas o leídas como migrantes en estas aplicaciones y webs, seamos increpados con propaganda de extrema derecha. Hace unos meses recibí de forma anónima una fotografía de Rocío Monasterio, más adelante, una de Marine Le Pen y así…. Un claro acto de intimidación y amenaza, pero, sobre todo, una evidente manifestación de que no están dispuestas a compartir sus espacios blancos.

El carnaval y el mundo drag merecen una mención aparte. Este mismo año, me vi involucrado en una trifulca digital, debido al señalamiento público que hice sobre el blackface realizado por la artista drag, Alma de Soul, en la quinta edición de la Gala Drag Queen de Torremolinos 2022. El espectáculo con el que compitió, titulado “Venimos del Sur para perder el Norte”, es completamente vergonzoso. Los niveles de racismo y apropiación cultural durante aquella noche son inaceptables. Todas debemos denunciar este tipo de actos, aunque sean “arte”.

Recibí el apoyo público de Sagittaria, ex concursante de Drag Race España, con miles de seguidores en redes, y esto desencadenó una avalancha de desaprobaciones, cuestionamientos e insultos que duraron casi una semana. Muchos provenían de la propia Alma de Soul, quien no solo no se disculpó ni mostró arrepentimiento, sino que además resultó ganadora en la competición. Unas semanas más tarde repetiría el mismo show en una gala drag distinta.

El blackface y la parodia de la raza y de la etnia es una práctica todavía hoy vigente en el drag español. Esto tiene que acabar. Las drags conocen muy bien las violencias y las opresiones, tendrían que estar jugando un papel aliado en el movimiento antirracista, y no todo lo contrario.

Me consta también que Gad Yola, drag peruana radicada en Madrid, la Casa Drag Latina y muchas aliadas como Sagittaria, se ocupan y llevan a cabo una labor de activismo y combate del racismo dentro de la escena drag.

Hay, de hecho, contestaciones contundentes al racismo queer. Hace unos cuantos años, un grupo de amigues intentamos construir El Club de las Maricas Migrantas y luego el grupo de Migrantas Luchonas, compuestos esencialmente por personas migrantes racializadas que se identificaban como disidentes sexuales. Espacios no mixtos de habla, de escucha, de solidaridad y de cuidado.

Actualmente construyo un nuevo grupo/espacio con amigues disidentes negres, donde pensamos en voz alta y proponemos nuestra propia agenda de debate.

En Madrid me encuentro rodeado de redes y estructuras de maricas negras a las que comienzo poco a poco a acercarme. Resulta fundamental la creación y la conservación de espacios no mixtos, porque son la base de la construcción colectiva de nuestras identidades y de nuestros procesos de re-educación. Son armas politizadoras con las cuales acceder a nuestros cuerpos para sanarlos, cuidarlos y dotarlos de las herramientas y del empoderamiento que necesitamos para combatir el avance de la norma racista sobre nuestros entornos. También son el germen de nuevas formas de imaginarnos, relatarnos y cartografiarnos dentro de una inclusión real. 

Necesitamos que la comunidad LGBTIQ+ y toda su institucionalidad, asuma el racismo, se forme, movilice, ocupe, repare y entienda el papel histórico que está llamado a ocupar en la lucha antirracista de este siglo.