La ilusión de la representación: una herramienta de lxs amxs para capturar nuestra fuga
Texto por: Waquel Dullard
La plaza del verdugo: Twitter
Hace poco hice una afirmación en Twitter —la que considero la nueva plaza pública de ejecución del verdugo, donde cancelan aquellas voces y posturas que no rezan el mantra de los policías de la buena moral del activismo—. Esos activismos victimistas, punitivos, moralistas, que juzgan la paja ajena sin mirar su propia viga, esos que no hacen nada más que estar en redes y que son incapaces de dejar de ver en lógica de antagonismos eternos «oprimidas y opresores», dejando de ver las complejidades de las relaciones sociales y las posturas desde donde se enuncian nuestros pronunciamientos políticos.
Fui cancelada y atacada personalmente por afirmar que la representación —en un mundo globalizado y gobernado por el heterocapitalismo— implica que las vidas, los dolores y las opresiones de las personas son romantizadas para convertirlas en productos a ser explotados, en una lógica de capital que apela a las emociones y a la ilusión de la imagen para hacernos sentir “incluidas” y así ganar mercados y mercantilizar identidades. Afirmé, literalmente, que la política neoliberal de la representación usa nuestras caras indias, negras, marikas y trans para reproducir estereotipos de nuestras vidas y vender nuestras historias. El mercado no solo es dinamizado a través de la elaboración de productos fabricados en formato fordista, sino que las emociones, las historias y los efectos de la dominación son usados como mercancías a ser redituables, agudizando los efectos opresivos de la diferencia, subalternizando aún más a la gente que prometen representar.
Frente a este cuestionamiento, se orquestó toda una narrativa maquiavélica y tergiversada sobre la imagen que había compartido, en la que aparecía una persona adulta afirmando que la “representación importa” junto a una foto de une niñe afrodescendiente próximo a la pantalla, donde salía un personaje negro de la película Encanto.
Lejos de entender que mi crítica se dirigía a las palabras de celebración “la representación importa” exteriorizadas por quien comparte la fotografía —en un contexto de racismo estructural y banalización de las opresiones para usufructo del mercado a través de la publicidad televisiva y de medios, apelando a la falacia ad populum— construyeron una interpretación engañosa donde manifestaban “que me oponía a la felicidad del niñe…haciendo de mí una idea de “monstruosidad” por no ser capaz de empatizar con la infancia que era feliz viendo caricaturas”. Lejos de criticar la imagen, mi observación se asentaba en que muchas personas ponen la representación como “logro y avance” sin ver que dicha presencia en ciertos espacios propios de la blanquitud hace parte de estrategias mediáticas impulsadas por los poderes privados en complicidad con el Estado, en su plan de modernización, pero sin cambiar las estructuras jerarquizantes y racistas que generan opresión y dolor a quienes no se encuentran en la pantalla.
Estoy súper sorprendida en la forma en cómo funciona la cancelación en redes como Twitter, lo cual me lleva a pensar, en este contexto pandémico, en la importancia de regresar cara a cara y encontrarnos en grupos y espacios físicos, donde tengamos la oportunidad de escucharnos, vernos y preguntarnos fuera de 140 carácteres. La gran mayoría de las personas, no todas, en vez de refutar el argumento que afirmaba que la representación es asimilación, apelaron a un sin fin de falacias, entre las que destaco “la de piensa en los niños”. Este es un falso argumento usado por las derechas fascistas y también por las izquierdas conservadoras, con el que manipulan la opinión de las masas bajo el argumento de que todo se hace por el bien de lxs niñxs y que estar en contra es estar en contra del futuro de las nuevas generaciones. En palabras de Lee Edelman, esto se llama “futurismo reproductivo”, que es ese discurso que usan partidos de derecha como el PAN o el Frente Nacional por la Familia. Apelan a un ideal moral del “no abortes, no a la homosexualidad, no al travestismo, no a las marikas, no al trabajo sexual, porque con esto protegemos a la familia y a los niños que aún no nacen, todo lo hacemos por el bien de la sociedad”. Está falacia se me reiteró una y otra vez cuando me dijeron: “la representación si importa, incluso hasta cuando es mala, porque las nuevas generaciones crecerán con caricaturas y superhérores donde se verán reflejados”. Me dijeron eso, sabiendo incluso que una mala representación puede ser racismo, como el BlackFace por ejemplo. De manera generalizada a través de esta falacia, se ignoró mi principal crítica: la representación forma parte de una estrategia de marketing de Estado dentro de la colonialidad del capitalismo con el objetivo de ganar mercados sexo-disidentes-racializados y sofisticar el heterocapitalismo para que parezca incluyente.
Las falacias que usaron fueron innumerables, imposible desarrollarlas aquí. Quiero explicar por qué considero que el discurso de la representación importa —en un contexto de liberalismo global y de colonialidad planetaria— es una narrativa superficial que no se puede asumir como logro cuando en realidad es una estrategia de Estado, del poder privado corporativo y de los medios para modernizarse y verse progresistas, mientras cimentan el dolor y el racismo más cruel de la existencia de los condenados de la tierra, en palabras de Franz Fanon.
La representación no puede ser un lugar al que aspirar: el poder se resiste, no se empodera
El capitalismo es un modelo que organiza muchos sentidos de nuestras vidas y constituye el mundo moderno colonial que in-vivimos. Eso quiere decir, pensando en Michel Foucault, que nadie es lo moralmente superior para verse fuera de la matriz de inteligibilidad del capital y lanzar la primera piedra. Todas estamos dentro y lo que muchas hacemos es resistir el poder y no aspirar a empoderarnos en él. No es excusa decir que “el capistalismo todo lo asimila” para no ser críticas con las dinámicas de cooptación que usa el poder para reproducir las violencias que fundan nuestras vidas a partir de la jerarquización de las diferencias. Es cierto que el capitalismo es un modelo de explotación cuyo fin último es la acumulación a costa del empobrecimiento de la gente racializada y del abuso de los recursos, a favor de una élite heteroblanca que tienen la capacidad de actualizarse exprimiendo hasta lo inimaginable. Reconocer que este modelo social y económico que configura el mundo captura todo aquello que ve rentable, no significa que no evidenciamos críticamente el truco de magia que usa el capital para percibirse progresista. Que el capital asimile casi todo, no significa que no nos resistamos a usar las herramientas del amo, en palabras de Audre Lorde.
Quiero aclarar que no me opongo a la existencia de personas negras, cuirs, marikas, racializadas, etc. en espacios determinados. No estoy en contra de que hayan caricaturas con personajes históricamente subalternizados. Incluso si estuviera prohibida su presencia en ciertos espacios, yo estaría activamente en contra por tratarse de un acto de racismo, heterosexismo y discriminación. Lo que me interesa transmitir es que la “representación” no puede ser nuestro objetivo, no es un plan de fuga sino todo lo contrario: la representación es una política publicitaria y neoliberal que “integra”, pero no transforma; es un paliativo que simula cambio mientras mantiene las mismas estructuras y relaciones de poder. Por eso, mi crítica no se dirige a quitar o dejar de poner gente no hetero-cis-blanca en ciertos espacios, sino en insistir en el hecho de que ciertos individuos estén en las pantallas no cambia nada. Incluso el imaginario social solo se reactualiza como diverso, pero el racismo, el heterosexismo, las graves violaciones, la brutalidad policial y la in-valorización de la gente no hegemónica persisten.
Criticar la representación no es por gusto, es porque ha quedado evidenciado que la gente subalterna que es puesta en la escena solo es explotada para fines cosméticos, comerciales o políticos. Un ejemplo es el de la compañía Doritos México que se proclama muy lgbtiqfriendly, y que a través de la agencia New Icon Models, “convocaban a personas trans con “transición terminada” que estén dispuestas a contar su historia”. La cuestión aquí es que sabemos que la transitividad de las personas que se escapan del régimen heterosexual de la institución de la medicina —que inscribe el sexo-género de las personas de manera arbitraria— no es un camino lineal que tiene un inicio y un fin, son muchas las formas de transitar y las personas trans son múltiples, plurales y variadas. Buscar sólo a personas trans con cis-passing, y que se hayan sometido a ciertos procedimientos estéticos que posibilitan ese pase, es una evidencia clara de cómo las compañías no están interesadas en entender las opresiones y poner las historias reales que encarna un cuerpo bio-disidente, sino en explotar la imagen de cuerpos desbordados para fines de consumo, reproduciendo estereotipos, validando la heterosexualidad como régimen y forma única de existir en un mundo hetero-cis-blanco. Con la representación no hay interés en cuestionar el orden de las cosas, sino en ser incluidas en él.
Cuando pensamos en “representación” hay que tener claro qué significa, para preguntarnos si realmente la representación es una apuesta que queramos hacer. La representación no significa romper las cadenas, tampoco moverlas para hacer ruido. La representación no pone en duda ni interpela. La representación no se pregunta sobre el porqué de las diferencias que generan efectos en los cuerpos, haciendo a unos sujetos vivibles y a otros sujetos cuya muerte está legitimada. La representación se suscribe a la imagen, es estática y limitada: ¿Cuántas de ustedes pensaron que por tener a una mujer diputada se sentirían representadas, y terminó siendo una terf, abolicionista y panista de derecha?
Recordemos que se nos prometió desde el feminismo liberal que tener cuotas resolvería parte del problema, cuando ha quedado evidenciado que la representación política sin proyecto político antirracista y descolonial que cuestione el poder patriarcal y cis-blanco, no es más que asimilación. Realmente, ¿Cuántas de nosotras nos sentimos representadas por quienes ocupan la pantalla o el asiento en la mesa del amo? La representación es profundamente limitada porque es muy individual, es una estrategia de repartición del pastel de lxs amxs —cuyo interior está hecho de sangre y opresión— que vende la ilusión de “avance” cuando en realidad es una forma de mantenimiento. La representación es una “puesta en escena”, es teatral, es una ficción, es una imagen que nos embelesa, pero no mueve nada. Reitero, no me opongo al subalterno que aparece, sino a la falsa idea de que aparecer mejora las cosas. Lo que digo es que no convertiré en una aspiración ser parte de lo que en algún momento prometimos destruir.
Un ejemplo: la academia es una institución colonial, es el epicentro de la colonialidad del saber (Edgardo Lander) y del extractivismo epistémico. No hay forma de estar en la academia sin reproducir las jerarquías de poder, es una institución relacionalmente asimétrica por definición. Ojalá viviéramos en un mundo donde apostemos por una de-formación decolonial y no vertical, donde espacios de conocimiento científico euro-norte-centrado y blanco, que se asegura neutral y superior, no existan más y tengamos otras formas de educación popular que pongan en el centro los saberes y sentires de nuestras experiencias. Pero la realidad es que la academia está ahí, y hay muy pocas marikas, negras, personas trans que ocupan algunos de esos espacios. Y celebro profundamente que estén ahí en un mundo donde nuestras vidas son desechables, pero eso no quiere decir que defenderé la academia o que dejaré de verla con ojo crítico por su enorme eurocentrismo. Cuestionar la representación como aspiración no es igual a oponerse a quienes están en ciertos lugares, eso es un falso dilema.
No podemos aspirar a ser incluidas en la mesa de lxs amxs
Volviendo a Audre Lorde, en su famoso texto de 1979 “Las herramientas del amo nunca desmotarán la casa del amo” nos advirtió que no podemos fugarnos usando los mismos métodos que nos sujetan. Desmontar significa “desmontar, separar las piezas, desbaratar”. La representación no busca “tumbar, derribar, desmontar” las estructuras que generan imaginarios de opresión, la representación busca la inclusión dentro de la casa de lxs amxs, busca edificar un imaginario social donde “existimos”, cuando en realidad siempre permanecemos en las orillas del mundo. La representación no busca quemar la plantación, no busca que desaparezca la estructura que sostiene la casona cis-blanca que gobierna y es dueña de las vidas otras racializadas-heterodisidentes, y que controla los recursos y la fuerza de la subalternidad para su enriquecimiento. La representación no persigue lo que hicieron nuestras ancestras cimarronas, que en vez de querer una tajada del pastel y un asiento en la mesa, escapaban y fundaban quilombos/palenques, fugados de la legalidad colonial esclavista. La representación es una medida cosmética que es funcional a los aparatos ideológicos del Estado (siguiendo a Althusser), es decir, se limita al plano de la imagen, construyendo la idea de que por fin “somos iguales” cuando solo tokeniza el heterocapitalismo y vanguardiza los regímenes de opresiones como el racismo, el patriarcado blanco, el capacitismo y la modernidad en su conjunto.
La representación es profundamente limitada porque busca conseguir la inclusión sin alterar el orden de las cosas. La inclusión es liberal porque la inclusión no cuestiona la existencia de las estructuras que generan racismo, explotación, heterosexismo y capacitismo sobre ciertas personas. En vez de cuestionar el porqué, el discurso de la inclusión deja intacta las estructuras que generan dominación. La inclusión busca insertarse dentro de las estructuras modernizadoras, mostrando el sistema más igualitario, pero manteniendo las mismas relaciones de saber-poder (Ochy Curiel). Sobre esto, creo también que la inclusión funciona de la mano de la igualdad y la diversidad, como herramientas liberales que forman parte del paradigma de la multiculturalidad: un programa eurocéntrico, guetificador y que busca eliminar valores comunitarios otros, que no son modernos ni occidentales, siguiendo a Pablo Mariano Villareal.
La búsqueda de la inclusión, la igualdad y la diversidad es una herramienta discursiva propia del sistema capitalista, que para no verse retrógrado construye el sueño de la inclusión y de la igualdad dentro de la colonialidad del capital. Es decir, en vez de imaginar horizontes que pongan en jaque las relaciones coloniales que nos jerarquizan, el discurso de la inclusión, la igualdad y la diversidad, nos ilusiona y nos invita a desear el poder y no ha resistirlo, siguiendo a Deleuze y Guattari. Cuando sabemos que es imposible sentarnos en la mesa de lxs amxs porque el sistema capitalista solo se sostiene sobre la explotación de unos pocos sobre el resto del mundo racializado, porque por más que soñemos con dignidad dentro del heterocapital nunca lograremos caber en un mundo que es hetero-blanco y colonial que no fue diseñado para nosotras, ya que su obsesión de acumulación se sostiene sobre la explotación de lxs sujetxs racializadxs y disidentes del mundo.
El proyecto político no es tener superhéroes en Netflix, ni en DC, Marvel o Disney, que terminan reproduciendo el discurso de la diferencia colonial (W. Mignolo) llamando “black” a lo que consideran novedoso, sino soñar en un mundo Otro donde las diferencias no sean un criterio para pensar posibilidades de vida, donde no tengamos que representar el sujeto queer, negro o con discapacidad, que al mismo tiempo perpetúa como norma lo cis, blanco, hetero y funcional, en sentido dicotómico. Imaginar lo que parece inalcanzable ha sido lo que nos ha movido a liberarnos, y de eso nunca me disculparé. El empoderamiento del sujeto subalterno racializado hetero-disidente dentro de la colonialidad del capital es parte del proyecto moderno colonial de Estados-nacionales que mal-habitamos.
En este sentido, la búsqueda de la diversidad dentro de este capitalismo planetario es liberal, porque el capitalismo no solo quiere verse moderno, sino que también necesita ampliar sus mercados, el pinkwhasing y el purplewhasing son ejemplos de eso.
¿Dónde queremos ser incluidas y de quién queremos reconocimiento?
Yo hablo desde todas mis contracciones y como alguien que está dentro e intenta resistir, pero nos debemos preguntar ¿dónde queremos ser incluidas y de quien queremos reconocimiento? Antes era imposible que una marika estuviera en las filas del ejército, hoy lo celebramos como un logro, y nos alegramos porque niños gays sabrán que es posible, pero ¿en verdad queremos encarnar aquel aparato represivo que prometimos abolir y que tanto nos reprime? Ese sueño de la representación nos hace celebrar la presencia de personas gays en las filas del ejercito de Israel, sin hacernos consientes de que es el mismo cuerpo militar que extermina al pueblo palestino.
Estoy convencida que no hay liberación dentro de las instituciones del Estado liberal, pero también sé que si estuviera prohibido que personas racializadas o de la disidencia sexual aspirasen a un puesto de elección popular, yo estaría en contra de esa medida por racista y heterosexista, pero eso no quiere decir que estoy a favor del Estado y que crea que dentro del Estado puede haber fuga y transformación. El Estado y sus aparatos ideológicos —los que sostienen el capitalismo tardío, la colonialidad y los sistemas de opresión en el mundo— por definición creab sujetos de fronteras y sujetos centrales-ciudadanos. En palabras de J. Butler, vidas que importan y vidas que no.
Tener a personajes negros en la TV no cambia las cosas, no existe transformación ahí. Muchos dirán que aporta a un imaginario futuro donde lxs niñxs y las personas racializadas se vean así mismxs, lo cual es cierto. Sin embargo, lo que parece que no vemos es que justo está diseñado para eso, para que aspiremos dentro de la colonialidad, a ser parte, a ser incluidas, a ser representadas y no a su destrucción. La supuesta “felicidad” que percibimos es una sensación momentánea que luego es destruida al darnos cuenta del lugar que ocupamos en el mundo. La representación es una estrategia de asimilación que forma parte de las políticas de la identidad. Vivimos en un mundo categorial y binario, donde las identidades se producen (Fucó) para poder delimitarlas y de esa manera gestionarlas. La representación en los medios y dentro del sistema moderno-colonial, no busca construir la idea de que todas “somos iguales” sino edificar la ilusión de que la igualdad en este mundo racial y hetero-cis-binario es una posibilidad que se puede alcanzar algún día. Posible, siempre y cuando seamos asimilables dentro de la matriz de inteligibilidad del capital y nos mantengamos distraídas persiguiendo aquello que como la utopía nunca es palpable, mientras dejamos el corazón de las estructuras intactas. Dígase de otra forma: las instituciones y sus medios son quienes sostienen y reproducen las opresiones del mundo.
La critica no es hacia el sujeto negro sino a la industria del entretenimiento estadounidense que construye imaginarios de igualdad, inclusión y diversidad cuando las personas racializadas siguen muriendo y enfrentando el látigo de la policía fronteriza del Estado gringo. Lo que estoy criticando es la romatizanción de la opresión en la televisión con fines de mercado, que pone a personajes negrxs felices, sufriendo historias de desplazamiento, mientras sonríen y cantan. Es esa hipocresía de parte del Estado y los medios que venden la ilusión “vamos bien, avanzando, mejor que antes, que ya al menos hay personajes racializados”, mientras los NecroEstados siguen perpetuando el racismo, la colonialidad y el capitalismo tardío en su máxima expresión. Pensemos en quienes habitan las cárceles, en las más de 90 mil personas desaparecidas en México (racializadas en su gran mayoría) y la gestión de la “crisis migratoria” por la 4T. Criticar esta ilusión de igualdad e inclusión que nos vende el mercado no es igual a estar en contra de que hayan personas racializadas en ciertos espacios, considerando que todas estamos dentro, en mayor o menor medida. Afirmar lo contrario es falaz y tramposo.
La representación es una herramienta del amo que sirve para gestionar los deseos, para provocar que deseemos las estructuras que sostienen las cadenas que generan nuestra dominación en el mundo, es un forma de reterritorializar nuestras historias para hacernos productos de consumo.
La representación: una herramienta ideológica
La representación hay que entenderla como una herramienta ideológica de captura, integración y asimilación de subalternidades históricamente desbordadas en las fronteras nacionales, como parte del programa global de la colonialidad heterocapitalista, amplificando segmentos de mercados, produciendo recursos e identidades mientras se reactualiza, al mismo tiempo que nosotras competimos por la visibilidad y por los pocos lugares disponibles, en una lógica de cuotas con aspiración de ser humanas. Esto no significa que ataquemos, cancelemos y apedreemos a quienes salen en esos espacios. Significa lo compleja y necesaria que es la crítica en un paradigma mediático donde el discurso de la representación como agenda política de los movimientos sociales ocupa más poder.
Decir que la representación no es igual a cambio ni transformación ni avance, no es atacar a las personas. Una postura decolonial en un momento de fragmentación y división entre los movimientos sociales que resisten los efectos maquínicos del Estado es ser “suave con la persona y duras con el problema”. Lo que trato de decir es que independientemente de quien esté, creo que no hay que luchar por cuotas en el partido, hay que abolir el partido. No luchamos por un lugar en la mesa de lxs amxs, hay que quemar la mesa, no luchamos por un lugar en el ejército, hay que desaparecer el ejército. La representación sin un proyecto político que se oponga a la colonialidad del capital es asimilación, y un proyecto político de esta envergadura cuestiona las relaciones de poder que jerarquiza vidas y la existencia misma de las estructuras que las posibilitan.
La representación siempre implica competencia, amerita cuotas que siempre son limitadas, deja mucha gente por fuera; es profundamente individualista porque reduce la multiplicidad de ser y habitar el mundo; es estatista porque captura en una imagen lo que pretende representar a todas, eso la hace esencialista y reduccionista al físico, representa lo que es visiblemente reconocible, fetichiza y estereotipa a quienes somos en complejidad. Un ejemplo de esto lo podemos ver con la escultura “Tlali” propuesta por Pedro Reyes que sustituiría al genocida de Colón. La representación casi siempre se hace desde los aparatos del poder y desde la blanquitud. Empresas como Netflix, Disney o Amazon no crean espacios genuinos de cambios, reproducen estereotipos y nos folklorizan, lucrando con el dolor de habitar las carnes indias, prietas, sidosas, heterodisidentes y tercermundista que habitamos. Pensando en Gayatri Spivak, aquí el subalterno no tiene un lugar de enunciación para hablar, sino que es manipulado como marioneta que representa lo que se supone que es en un mundo multicultural y de diversidad, sin cuestionar el poder y las estructuras jerarquizantes que lo constituyen.
Me parece importante enfatizar por qué la representación es individual. La representación carga con un peso meritocrático que fragmenta lo común, “quien logra llegar es porque trabajó y se lo merece”, logró ser incluido en el pacto. Y si algo debemos de tener claro es que los procesos políticos no se pueden reducir a una identidad representada, ya hemos discutido mucho sobre el sujeto de nuestros movimientos, y ha quedado claro que son tan amplios y difusos como los propios horizontes de lucha. En un contexto como el actual, las “nociones clásicas de representación y los procesos de participación formales quedan definitivamente desplazados, ya que invisibilizan la riqueza, la expresión y la complejidad de una composición esencialmente múltiple”, en palabras de Silvia L. Gil. Quienes generalmente buscan la representación dejan de ser resistencias y pasan a ser parte de los mecanismos de reactualización del capitalismo.
La representación en un contexto de capitalismo globalizado es una táctica para mercantilizar todo, todo dentro del capital es producto a consumir, por lo que es sumamente necesario ver la representación con cuidado. Como afirma Mariana Gacés, “es muy difícil imaginar un escenario ajeno a los mercados porque los deseos son copados y movilizados por el propio capital: no existe un afuera al que huir, un lugar libre e incontaminado, todos los posibles están a la vista, paradójicamente para confirmar un único mundo, éste y no otro”.
La representación instrumentaliza nuestras subjetividades. Yo estoy llena de contradicciones, pero también abrazo esa contradicción porque la coherencia es blanca y tiene un tufo moralista, propia del cristianocentrismo. Hay que saber que la lucha y los derechos no son individuales, sino colectivos, y la representación encierra lo que podría ser transformador en identidades cerradas y personales.
No es sencillo construir colectivamente un proyecto político que cuestione las lógicas asimilacionistas del capitalismo, cuando todas estamos dentro, en juegos de competencias, olimpiadas de opresiones, identidades supuestamente contrarias y cuerpos fabricados para producir dentro de esta matriz moderna-colonial. Lo que sí sé es que tenemos la necesidad de ser duras en el cuestionamiento de esos discursos que damos por hecho, porque la disputa no solo está en la tierra, sino también en las ideas y en las palabras. Nunca deberíamos pedir disculpas por imaginar radicalmente líneas de fugas, pensando en Deleuze y Guatarri, que nos lleven a horizontes Otros no reterritorializados, donde la representación en el capital no sea nuestra meta, sino que prácticas antirracistas como el cimarronaje se conviertan en inspiración para pensar que es posible escapar de la plantación.