QUIÉN ES WAKANDA
No sé mucho de cine y aún menos del de superhéroes, así que mi texto estará muy alejado de las críticas estéticas, de guión o de dirección de la película Black Panther.
A mí me resultó entretenida, me pareció que se había realizado una interesante labor de documentación y pensé en la cantidad de niñxs que, de mayor, no querrán ser princesas ñoñas de pelo lacio y rubio ataviado con una corona y que siempre visten de rosa, sino personas fuertes que luchan, que creen en su valía, que aman sus culturas y lo que representan. Esto tiene un impacto brutal en lxs vástagxs de un continente históricamente denostado, vejado y, al tiempo, expoliado. La humillación y el robo son (presente consciente) procesos interdependientes:
La estrategia fue restar valor a todo lo que existió, a lo que funcionó, a lo que siempre había sido respondiendo a las personas que habitaban y construían su mundo desde su nosotrxs. Querían invadir territorios e ideas y nos enterraron bajo capas de desprecio. A partir de ahí, el paso siguiente fue secuestrar los cuerpos y desplazarlos hacinados a miles de kilómetros de sus hogares, para venderlos al mejor postor a fin de trabajar, de manera forzosa, los campos cuya producción (de algodón, azúcar ...) enriquecería a los europexs como individuos, pero también haría engordar a los países nuevos que nacieron y han crecido gracias a unas masas negras extenuadas, consumidas y rotas.
Wakanda resistió porque era tan próspero que se hizo pasar por pobre. Si no tenía, no interesaba y eso les salvó. De haber sido real, se hubiera convertido en una de los pocos países libres de saqueo, de los más de cinco decenas que hay en África.
Sin embargo, tras ver Black Panther creo que Wakanda existe como nación y no tiene fronteras, puesto que está dentro de las personas y éstas, a su vez, son puentes con, de y para otras.
Así las cosas, que la película me gustara no es relevante, ¿qué más da, si Wakanda existe y yo la he visto? Me topé con ella en la cantidad de fotos que invadieron las redes sociales en las que se veía a gente ataviada con trajes tradicionales africanos o/y con telas wax y con sonrisas tan grandes que rebosaban sus rostros. Sin embargo, de todas las imágenes, la que más me sorprendió fue, por cercanía y escalofrío, la de lxs personas afro que acudieron a los cines de la madrileña Plaza de los Cubos, un lugar que siempre asocié a los nazis, porque en los 90 y a principios del s.XXI, se juntaban ahí para gruñir y pegar a sus anchas.
Eran tiempos de ostentación de la barbarie, no tenían problema en exhibirse a cara lavada, a bota de punta de acero lustrada y cabeza rapada y sin nada (dentro). No eran raras las palizas ni los asesinatos (Lucrecia, Richard, Ndombele) en lugares que reconocíamos (Aravaca y Alcorcón) de personas que podríamos ser nosotras. No estábamos a salvo. Tengo un recuerdo vívido de las salidas del colegio con grupos fascistas y antifascistas que quedaban para pegarse justo delante o del pavor que me provocaba pasar por ciertas zonas debido a que sabía que estaban ahí, con sus plumas redondos y sus motos, siempre dispuestos a insultar y golpear. Aún puedo acordarme de las dedicatorias que le había escrito el novio de una compañera de clase en su carpeta en la que le decía que algún día se irían juntos a matar guarrxs. Y esa plaza, la que en 2018 se ha teñido de negro, de brazos en “x” y de euforia era el epicentro del odio.
Lxs que gruñen no se han desvanecido, tienen más años, puede que hijxs depositarixs de sus sinrazones y “sinsentimientos” y hasta trabajos desde los cuales deciden sobre las vidas de aquellxs que escaparon cuando ellxs iban a cazar. Están ahí. Fue iluso pensar que se fueron, sólo se transformaron, siguen matando. Pero nosotrxs tampoco paramos, heredando luchas del pasado, de todxs lxs que estuvieron y gracias a lxs cuales estamos.
Lxs jóvenes que fueron a ese lugar no han pedido permiso, no han dado las gracias ni han tenido miedo ya que ese espacio también es suyo y estaban en su casa. Lo cierto es que eso me llenó de alegría más que cualquiera de las imágenes de la gran pantalla, en serio, fue como ganar una batalla.
La fortaleza de Black Panther, para mí, radica entre otras cosas, en su capacidad de insuflar vibranium en las vidas negras: Seamos Wakanda, seámoslo for EVER.
Por Lucía Asué Mbomío