De Tulsa a George Floyd.

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Texto de Catalina del Mar

Ilustración: La Flor de Tamarindo


Asesinato a plena luz del día, en lugar público, ejecutado con impunidad por considerar culpable de un delito a una persona negra. Parece que estoy describiendo las circunstancias exactas del asesinato de George Floyd el pasado lunes 25 de mayo, pero me estoy refiriendo a como tenían lugar los ajusticiamientos en la “era de los linchamientos” en los estados del sur de EEUU en las décadas siguientes al final de la Guerra civil y la declaración formal del fin de la esclavitud, en 1865. Actos en los que participaba toda la comunidad, tolerados por las autoridades y los responsables no enfrentaban ningún tipo de consecuencia legal.

Demasiada coincidencia, sigo relatando lo ocurrido en Minneapolis (Minnesota) en 2020. Vamos a analizar que nos ha traído hasta aquí: descifremos hechos que parecen casualidades y veámoslos como causalidades, no solo como responsabilidad individual al haber tomado una mala decisión, sino, que acciones previas a ésta la han determinado así y más concretamente a quién le han hecho tomar esta decisión (persona negra).

Hay que estar alerta para no olvidar la pregunta que nos acecha a todos los afrodescendientes ¿Quién es el siguiente? Sin olvidar el periodo de la esclavitud, empezaremos con el sistema de castas que resultó de la segregación racial de Jim Crown, donde la “raza blanca superior” se diferenciaba de la “raza negra subordinada”.

Su principal fin era privar a la comunidad negra de sus derechos de participación política. Lo cual, actualmente podemos ver reflejado en el funcionamiento del sistema penal americano. Cuando se comete un crimen, independientemente de su gravedad y su condena, se pasa a formar parte de una categoría social inferior, donde se te priva permanentemente al acceso de empleo, vivienda, educación y beneficios públicos y tu derecho al voto queda anulado.

Pero ¿por qué vemos un altísimo porcentaje de personas negras encarceladas por delitos relacionados con drogas, si múltiples estudios demuestran que las personas de todas las razas usan y venden drogas ilegales en porcentajes notablemente similares? Es más, la población blanca joven es más propensa a participar en actos criminales relacionados con drogas que la población negra. La respuesta la encontramos varios años atrás, en los sucesivos mandatos de gobiernos republicanos y demócratas de Richard Nixon, Gerald Ford, Jimmy Carter y Ronald Reagan, que van desde 1969 a 1989, apoyados por la élite negra y su establishment con pensamiento conservador.

Los cuales dejaron a la comunidad negra (asentada en guetos y heredera de los 6 millones de afroamericanos que migraron al norte del país huyendo de los linchamientos del sur) en un estado de desamparo estatal y niveles altísimos de desempleo. Reagan terminó de desmantelar un sistema de bienestar ya de por sí débil, con recortes en los almuerzos de escuelas públicas, llegando a sustituir los vegetales por el ketchup, reduciendo la cobertura en la asistencia sanitaria, eliminando 300.000 puestos de trabajo financiados por el programa federal de empleo o encareciendo los alquileres de casas subsidiadas, por poner ejemplos.

El golpe maestro fue declarar la Guerra a las drogas. Los medios de comunicación fueron los encargados de asociar estrechamente a la población negra de barrios pobres con los estupefacientes y el crimen. Para acabar con el crack había que acabar con los negros y los latinos. Todo ello basado en el síndrome de la ventana rota (James Q. Wilson y George L. Kelling) y no en su verdadera causa, la pobreza a la que fueron empujados y el abuso de drogas visto como un problema de salud pública y no como un crimen.

Este estigma social de criminalizar los cuerpos negros también lo vemos en la actual diáspora africana de Europa con las detenciones policiales según perfil étnico o la reproducción constante de estereotipos en series y películas, por ejemplo. El racismo institucional se manifiesta con muertes masivas en el mar Mediterráneo, existencia de Centros de Internamiento de Extranjeros y devoluciones en caliente, pero también en el traspaso de las condiciones precarias de padres migrantes a sus hijos, identificados como segunda generación y no como europeos, así mismo en la convivencia con un lenguaje y unas tradiciones racistas, etc.

Todo esto se traduce en la sistemática privación de sus derechos, en una discriminación legal y en un movimiento nulo en el ascensor social. Hay una red de leyes, políticas, costumbres e instituciones que operan en conjunto para asegurar la subordinación de un grupo, definido mayormente por la raza.

Es de conocimiento internacional que no gusta hablar de raza ni de clase, por aquella idea tan bien transmitida por el sistema que reza que todos somos iguales y que todo se consigue gracias a la meritocracia y el esfuerzo, pero se olvida de incluir en la fórmula que el sistema se sostiene y funciona gracias a subyugación de aquello que no sea blanco. Esta misma supremacía blanca es la que hace 99 años en un día como hoy 31 de mayo, en Tulsa Oklahoma, redujo a cenizas el distrito de Greenwood, apodado “Black Wall Street” debido a su próspera economía de 300 negocios (farmacias, peluquerías, 2 cines, etc). Una turba de personas blancas ayudadas por aviones que bombardearon los edificios, saquearon, quemaron y asesinaron durante dos días seguidos.

Dejando más de 800 heridos y al menos 300 muertos, 1200 casas y 35 bloques de edificios destruidos. Para después borrar toda prueba de lo sucedido, quedando solo las postales que se vendieron como souvenir. Con este análisis y la perspectiva que nos deja, no hay lugar para el asombro por al asesinato de tantos hermanas y hermanos, ni es necesaria la circulación de vídeos por Internet de sus asesinatos para convencernos de que no son hechos aislados, sabemos muy bien de donde vienen.

Todo este tiempo convulso sacude nuestra estabilidad y toca profundamente nuestra salud mental. Debemos seguir leyendo, conociendo nuestra historia y estudiando a nuestros pensadores, los cuales ya se enfrentaron a estas mismas cuestiones. Hay que aprovechar sus estudios, análisis y conclusiones para no perder enfoque, coger aire y seguir alimentando el movimiento por las vidas negras. Emplearlo como un faro.

Lo único para lo que hay cabida es para la reforma real, para la justicia racial más allá de una comunidad geográfica y una persona negra en particular, por todos estos años de sufrimiento y discriminación. Y para la protesta hasta que esto no sea una realidad.

El buen desenlace de esta historia interminable depende en gran medida de la posición que tomen las personas blancas, tanto las que conocen esta realidad y miran para otro lado como las que la desconocían hasta este momento, no por falta de acceso a información sino por falta de interés en la problemática y más aun por falta de compromiso en resolverla siendo parte activa.

Hasta que esto no sea parte de su vida, de su entorno cercano y sus preocupaciones no dejaremos de ser considerados como el otro, como la anécdota, como el único amigo negro que tienen y que usan de escudo para eludir conversaciones sobre racismo. Lo que no existe no se puede estudiar, ni mucho menos se puede solucionar.

No es una cuestión fácil pues va de la mano con lidiar con el funcionamiento y la organización del mundo, sobre qué sufrimiento se cimientan los privilegios sin los que la vida de muchos no sería la que es. Como voy a querer afrontar algo tan espantoso y tan cruel. ¿Por qué he necesitado crear personas de primera y de segunda categoría? Cuando mencionamos el hecho de revisar los acontecimientos olvidados, se nos tilda de amargados, de ser un asunto del pasado.


Nosotros cargamos con esa historia y pesa demasiado porque lo hacemos solos, falta que su otro protagonista, el opresor, mire de frente lo que hizo para no volverlo a repetir. Hace falta crear un nuevo imaginario donde estemos todos juntos. La rodilla del policía que asesinó a George Floyd el pasado lunes, la sentimos todos en mayor o menor medida. Su muerte, como todas las anteriores, se traducen como un aviso para todo aquel que alce la voz, que levante la cabeza y reclame todo lo que se le ha negado y se le ha dicho que no es para él, es un precedente. Es el terror que evitó que las personas que lo presenciaban actuaran, por miedo a ser asesinadas, sabiendo que su muerte se justificaría diciendo que faltaron a la autoridad que fueron terroristas, rebeldes incontrolados y no como personas que murieron por ayudar a otra que estaba pidiendo auxilio y clamaba por conservar su vida. Es una aviso a navegantes y grita: la libertad no está hecha para ti porque yo decido donde empieza y donde termina.

Como bien dijo James Baldwin “el mundo no es blanco, nunca lo fue ni tampoco puede serlo.”

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