Un rey Baltasar para todxs

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Las calles se retuercen por el frío intenso que las abraza como si fueran trozos de un pasado que no quiere olvidar. Es 5 de enero. Hoy, el sol de invierno alumbrará las caras de niñas y niños, ancianas y ancianos, familias que se reencuentran para compartir una tradición religiosa que trae recuerdos de infancia a cuerpos supuestamente laicos.

En mi casa nunca celebramos los Reyes Magos. No recuerdo haberlos celebrado tampoco en Colombia. Casi siempre ese día mi madre tenía que trabajar, momento en el que mi hermano y yo aprovechamos para ir con algunos amigos del colegio a la Plaza Mayor para ponernos en primera fila antes de que pasaran las primeras carrozas.

Desde que llegamos a Madrid y nos mudamos a nuestra segunda casa, en Ópera, —hemos vivido en alrededor de 9 casas, las familias de origen migrante sabréis de lo que hablo— la Plaza Mayor se convirtió en uno de nuestros lugares de recreación. Incluso se podría decir que conseguimos nuestros primeros trabajos ayudando a los magos y cómicos que transitaban por allí en verano.

Nos tirabamos horas esperando para intentar agarrar, desde una buena posición, los proyectiles en forma de caramelos que nos lanzaban los niños y las niñas que tenían el privilegio de ir en las carrozas. Siempre me preguntaba ¿Cómo lo habrán conseguido? Yo también quería estar en esa carroza para lanzar caramelos a la gente con toda la fuerza que pudiera.

Con el paso de los años aprendimos a prepararnos cada vez mejor para volver con el mayor número de chuches a casa, nunca voy a saber a quién agradecer el hecho de tener un hermano gemelo —imagino que a mi madre. Las cosas que podíamos pensar para estar durante todo un día en la calle sin dinero para gastar podría formar parte de los cálculos que hacen los partidos políticos para cuadrar los Presupuestos Generales del Estado.

Para mí, esta festividad siempre estuvo reducida a vacaciones de colegio y chuches. En mi cabeza no guardo el recuerdo de haberme fijado alguna vez que aquel que hacía de Baltasar era una persona “blanca” aparentando ser una persona “negra”. Quizás mi condición de niño migrante que se cría en una sociedad que, aunque la va haciendo suya por todos los sentimientos que construye en su día a día, no puede dejar la sensación de sentirse extraño — aún sigo sintiéndome muchas veces como un extraño— ; no me permitió interpretar el acto de que pintar a una persona “blanca” para aparentar ser una persona “negra” era una acción racista.

Mi adolescencia y primera parte de juventud ha ido de la mano de los roles sociales que se les suele asignar a las personas negras: hipersexualización, delincuencia, ser el exótico, el gracioso, etc., no fue hasta que empecé a adquirir mi conciencia como persona negra en España que me di cuenta como había querido interpretar los diferentes papeles que la sociedad nos asigna.

Ir poco a poco adquiriendo conciencia negra me llevó a repensar todas mis vivencias y aún sé, con toda certeza, que muchas de estas están atrapadas allí donde el silencio grita. La cabalgata de los Reyes Magos empezó a adquirir otro sentido para mí: era el momento en que personas “blancas” se pintaban de “negro”, quizás era el instante que más “personas negras” aparecían en la televisión fuera de los marcos de los que estamos acostumbrados.

Conocer el relato de varios amigos y amigas afrodescendientes que han nacido en España y han sido conscientes desde pequeñas que una persona “blanca” se pintaba para aparentar ser una persona “negra” me llevó a entender que teníamos algo más en común, habernos sentido niños y niñas extrañas en una festividad donde todo el mundo sonreía.

Esto va más allá de una cuestión simbólica, estamos hablando de la sociedad que queremos ser. Ahora nos vemos zarandeados por los discursos racistas y xenófobos de partidos políticos que se aprovechan de la construcción racista de la persona “negra” que se da en España, que se aprovechan de la continua negación de la diversidad étnico-racial que hay en nuestra sociedad, que se aprovechan que nuestras voces están fuera del espacio de debate público, porque somos incapaces de entender que esto va más allá de una cuestión simbólica, que estamos hablando de una cuestión de derechos, el derecho a la cultura.

El señalamiento de las prácticas racistas que se producen en esta festividad nos lleva a abrir la puerta a otros debates que trasciende la cuestión de lo simbólico ¿Por qué la sociedad ha normalizado la muerte de personas negro africanas en la Frontera Sur? ¿Cómo afecta la pobreza y la desigualdad  a la comunidad afrodescendiente de España? ¿Hay una racialización de la pobreza? ¿Qué tipo de políticas de reconocimiento de la diversidad étnico-racial se deberían llevar a cabo? ¿Cómo construimos la idea de Memoria Histórica? ¿Cómo incluir la diversidad étnico-racial en el currículum educativo?

Aquellos y aquellas que queremos construir una comunidad amplia en la que nuestras diferencias sean nuestras fortalezas para enfrentar el continuo crecimiento del expolio que realizan las élites políticas y económicas de este país a las clases populares, no debemos dejar de prestar atención a las voces que, desde el movimiento antirracista, están señalando cuestiones que van más allá de lo simbólico.

Cuando estamos hablando de ideales de transformación social no podemos dejarnos fuera de la ecuación la cuestión racial, debemos aunar esfuerzos para construir una sociedad feminista, antirracista y que ponga en el centro la justicia social.

Hay marcos internacionales que nos amparan como comunidad afrodescendiente, hay cientos de documentos históricos para entender lo que significa esta representación de lo “negro”, sin embargo, lo que más me interesa saber es, si, tú, que dices defender valores progresistas ¿Te pintarás una vez más en estas fiestas de “negro”?

por Yeison García López