Un debate pendiente: la idea de "representación".

Por Yeison Garcia

Ya estamos inmersas en el verano, esta estación del año llega con un mucho ardor, con algo más de soledad y distancia. Hemos pasado por una situación de confinamiento que ha venido a profundizar las desigualdades estructurales que ya estaban antes de la pandemia.

La desigualdad proveniente de la jerarquización racial que alimenta el racismo como un sistema histórico y estructural, se ha visto acrecentada por esta crisis sanitaria, económica y social. Muchos de los trabajos que han sido esenciales, son aquellos que tienen nulo reconocimiento social y salarios súper precarizados, los mismos que han garantizado a gran parte de la sociedad la posibilidad de estar abastecidos durante el confinamiento. 

Muchos de estos trabajos son ocupados por personas pertenecientes a los grupos que sufren las consecuencias directas del racismo institucional y social. La intersección entre raza, clase, género y situación administrativa ha emergido como un paisaje que sabíamos que estaba allí pero nunca quisimos pararnos a observar y escuchar. Han sido las voces de miles de jornaleros migrantes las que han emergido con fuerza, desde Lleida a Huelva pasando por Albacete, para decirnos que ya no soportan vivir en asentamientos chabolistas, que ya no van a aceptar las condiciones de explotación laboral a las que son sometidas, que al igual que les dijeron que eran trabajadores esenciales, reivindican que también son esenciales sus derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales.  

Dichas realidades no sólo nos señala una política de Estado, pues, las condiciones de explotación laboral, infra- viviendas, falta de acceso a agua y electricidad, no es algo que se esté dando desde ayer, es una situación que se viene desarrollando desde hace más de 20 años, y, sin duda, se ha dado a través de una alianza, directa o indirecta, entre los poderes económicos del campo y los poderes públicos, es la única explicación plausible para entender que esta situación haya durado, esté durando, tanto tiempo. Asimismo, la lucha de nuestros hermanos y hermanas migrantes trabajadores del campo, nos vuelve a señalar la importancia de entender la relación que existe entre la clase, el género, la situación administrativa, el origen y lo racial. 

Esto último es de suma importancia pues nos debemos mantener alerta ante giros que nos pueden llevar a ser parte del problema, me refiero al constante llamamiento a una “visibilización” de personas “no blancas”, sin que dicha acción política sea acompañada de una reflexión sobre la necesidad de una redistribución de riqueza, sin una crítica anticolonial y, en muchas ocasiones, sin atisbo de señalar la relación existente entre categorías que explican diferentes sistemas de dominación (racismo, machismo y clasismo, principalmente).

La larga memoria de resistencias antirracistas y anticolonialistas, conservada en abundante documentación, que se ha guardado y difundido en diferentes soportes (libros, documentales, películas, oralidad, etc), se ha visto desplazada por un planteamiento twitteriano e instragamista individualista del “yo creo”. 


Esto no quiere decir que, sólo las personas que pueden y quieren tener acceso a nuestros legados y conocimientos, tienen la legitimidad para hablar en el espacio público. Lo que quiero transmitir es que toda persona “no blanca”, que se diga activista antirracista o busque ocupar espacios, abanderado del discurso antirracista, sea consciente que tiene una responsabilidad política. 

El hecho de que históricamente hayan sido las personas “blancas” las que han ocupado los espacios públicos, los que constantemente han querido darnos voz, las que han ocupado los espacios de poder para hacer de intermediarios, las que nos decían qué teníamos, cuándo y cómo debíamos articular nuestra lucha, no es razón suficiente para que aplaudamos o validemos el hecho de que sólo por ser una persona “no blanca” es correcto que esté en un espacio. 

El hecho de que seamos cada vez más las personas “no blancas” las que estamos en conferencias, debates, reuniones y eventos políticos hablando sobre racismo, hablando sobre las condiciones de vida que nos atraviesan, difundiendo nuestro amplio mapa de reivindicaciones, es un logro del movimiento antirracista. Sin duda, es un paso que nuestros discursos, nuestras trayectorias políticas y nuestras reivindicaciones sean defendidas por nosotras. El poder simbólico de ver a gente de nuestras comunidades, de diferentes sectores laborales y recorridos de vida, en el centro de la discusión política, no es un triunfo para normalizar nuestra presencia, es un legado que dejamos a las generaciones que vienen detrás de nosotras, es una acción política absolutamente necesaria para transformar imaginarios y estructuras. 

La cuestión de problematizar este logro pasa por poner freno a una deriva que se viene dando en los últimos años. El discurso de la “visibilización” sin crítica anticapitalista, del “reconocimiento” sin redistribución de la riqueza, nos lleva a olvidar a partes importantes de nuestras comunidades, aquellos segmentos que se encuentran en los últimos escalones de la pirámide social, a nuestros hermanos y hermanas que trabajan en el campo, a nuestros hermanos que se ven condenados a vender en la manta, a aquellos que son excluidos de la sociedad y sometidos a regímenes de explotación laboral en diferentes lugares de nuestro país. 

Dicha dirección es una forma de neutralizar nuestros discursos y reivindicaciones asumiendo que ya hemos llegado a un lugar importante, sólo por haber logrado que haya más personas “no blancas” en diferentes espacios. Y ésta no es una cuestión baladí, ha habido en nuestro país, una lógica constante de invisibilizar y excluir de los espacios donde se desarrolla la discusión pública a personas que han defendido estrategias políticas que reafirmaban nuestras identidades en aras de defender nuestros derechos colectivos. Aquellas organizaciones y personas que ponen en tensión los marcos colonialistas y racistas en los que muchas veces se nos encierra, son perseguidas por la extrema derecha, derecha y esa parte de la izquierda que lleva bastante mal que demostremos que tenemos capacidad política de producir discurso y cada vez más estructuras propias. El último caso que hemos visto de este tipo de persecución política ha sido a la hermana, artista anti- colonialista y antirracista, Daniela Ortiz. Por supuesto, hay más casos de persecución, que no llegan a tener visibilidad e incluso se normalizan.

La no problematización de la idea de ocupar espacios nos lleva a pasar por alto el hecho de que, en el Informe del Grupo de Trabajo de Expertos para los Afrodescendientes de la ONU tras su visita a España en el 2018, se plantee en la recomendación 68 lo siguiente:

El Gobierno debería adoptar medidas para incluir a un mayor número de afrodescendientes entre los funcionarios de los centros de detención administrativa para extranjeros sujetos a procedimientos de expulsión, los funcionarios administrativos que participan en los procesos de determinación de la condición de refugiado y los funcionarios portuarios y todas las demás personas que participan en el proceso de expulsión


¿Queremos a personas afrodescendientes custodiando a nuestros hermanos en las cárceles racistas, llamadas también Centros de Internamientos de Extranjeros (CIE)? ¿Creéis que esta es una idea de ocupar espacios que bebe del antirracismo? ¿Acaso no responder a una forma de neutralizar nuestros planteamientos de ocupar lugares de poder para transformar?

Por este tipo de cuestiones, cuando veo a una persona “no blanca” en un espacio, articulando un discurso antirracista, me pregunto: ¿Qué vinculación tiene esa persona con las organizaciones antirracistas de su entorno? En el caso que no tuviera ningún tipo de vinculación ¿estará pensando en realizarla?¿De qué manera? ¿De arriba a abajo, de manera horizontal? ¿Cuál es su razonamiento de construcción de una estrategia política comunitaria? ¿Cómo habrá planteado las tensiones de clase, de género, de origen, de situación administrativa para construir un mapa de reivindicaciones amplio? No hago estas preguntas como si sólo hubiera una verdad, un sólo camino, una sola forma de estar en la lucha antirracista, me hago estas preguntas para saber si estoy ante una persona que tiene clara la responsabilidad política que tiene, si la está empezando a desarrollar o sólo ha caído en la trampa en la que estábamos antes: ser meros testimonios, personas “no blancas” en espacios “blancos” que incomodan, pero no transforman, que interpelan pero no construyen base comunitaria, que incluso son utilizados para romper las reivindicaciones del movimiento antirracista.

Este es un debate amplio que tenemos pendiente, diálogo con multitud de matices, que, sin embargo, debe partir de una idea clara: los espacios de poder que ganamos desde el antirracismo pertenecen a nuestras comunidades, no a individualidades, no nos olvidemos de esto.

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